-¡Ay! Qué ganas tengo de que nazca ya nuestra pequeña Alba...
-¿Quién?
-¡Alba! ¡Nuestra hija, estúpido!
-¡Jajajajajajajaj! ¡¿Alba?! Ni de broma. Además, no va a ser una niña, va a ser un niño. Podremos jugar a todo tipo de deportes, a la Play, hablar sobre chicas... ¡y cuando cumpla dieciséis años le suscribiré a la Playboy!
-¿Qué dices? Primero: va a ser una niña y se va a llamar Alba. Y segundo: no pienso convertir a mi hijo en un pervertido. No vas a suscribirlo a la Playboy. Pero bueno, de todas maneras va a ser una niña...
-¿Por qué estás tan segura? ¡Si estás de dos meses! Además, suponiendo que sea niña, no va a llamarse Alba.
-¿Y por qué no? Mi madre se llama así.
-¡PUES POR ESO MISMO! No quiero que nuestra hija sea...
-¿Sea cómo, eh?
-Pues... ¡igual que tu madre!
-¡¡¿Y qué pasa con mi madre, eh?!!
-¡Ése no es el tema! El niño se llamará Carlos, como su padre.
-Ni de broma. Carlos se llamaba el idiota de mi primer novio.
-Si sólo me has tenido de novio a mí.
-Pues eso. Eres el primero y te llamas Carlos. ¿No lo pillas?
-Já, já, muy graciosa. Me parto. Se llamará Carlos, ¿de acuerdo?
-Yo soy la madre y yo decido el nombre. Cuando tu entrepierna se dilate quince centímetros y deje salir de ella un niño entero, entonces podrás decidir su nombre.
-¡Pues tal vez lo haga, fíjate!
-Bah, bueno, dejémoslo. Si es niño, Carlos y si es niña, Alba. ¿Vale?
-Bueeeno vale. Conforme.
Y así a los siete meses nacieron mellizos: Carlos y Alba.
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